La comida tradicional representa un activo valioso para cualquier sociedad, región o nación. Toda comunidad ha venido acumulando durante siglos un amplio repertorio de conocimientos sobre cómo alimentar a las personas de manera agradable y eficiente, y lo ha hecho utilizando los productos y medios que estaban a su alcance. Este conocimiento incluye la agricultura y la ganadería, las técnicas de conservación y preparación de los alimentos, y las recetas que se han ido creando, transmitiendo y mejorando a lo largo de generaciones.
Para muchos países, su gastronomía y su cocina representan, no solo un elemento de atracción para los visitantes, sino también una seña de su identidad ante el mundo, y es bastante frecuente que el primer contacto con la cultura de un país para muchas personas sea su comida típica antes incluso de visitarlo.
Poner en valor la alimentación tradicional contribuye a preservar variedades autóctonas de hortalizas, razas de ganado y técnicas ancestrales que se han utilizado siempre para producir, conservar, distribuir y consumir los alimentos. En cada región se han desarrollado variedades singulares típicas de muchos productos, adaptadas al territorio, a la calidad de la tierra, al clima y a las condiciones locales, creándose así un rico conjunto de elementos que contribuyen a hacer de una actividad necesaria como la comida, un placer.
Los gobiernos y las instituciones locales apoyan la protección de este patrimonio a través de diferentes medios. Uno de las más importantes es la DOP, Denominación de Origen Protegida, muy conocida en lo que respecta a los vinos Burdeos (Francia), Rioja (España), Riesling (Alemania), Oporto (Portugal), Chianti (Italia), etc. La DOP se aplica también a quesos, jamones y otros alimentos. Esta etiqueta garantiza el origen y la técnica artesanal de elaboración de los productos.
También es significativa la Indicación Geográfica Protegida (IGP) que garantiza el origen controlado de productos o elaboraciones de sabor o propiedades sobresalientes, como la cecina de León, el jamón de Trevélez o la patata de Galicia, en España, la pera Rocha de Portugal, o el jamón de las Ardenas de Bélgica.
También la UNESCO y otras instituciones han reconocido ciertos alimentos y dietas con la insignia de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, siendo este el caso de la dieta mediterránea, presente en gran parte de Europa. Este reconocimiento no solo avala su valor nutricional sino especialmente sus valores culturales y sociales, y refuerza la necesidad de difundir y promover esta dieta por sus innegables beneficios para la salud y para el entorno natural, social y económico.